El aspartamo, edulcorante acalórico (que no contiene calorías) prácticamente omnipresente en todos los alimentos light, es posiblemente carcinógeno. Esta pasada semana dos agencias de la Organización Mundial de la Salud (OMS) lo han definido así.

Lo cataloga, eso sí, dentro del nivel 2B, que es el penúltimo nivel dentro de su pirámide de identificación de peligros: esto significa que la evidencia es muy limitada y, si bien la seguridad no es preocupante en las dosis que se usan habitualmente, sí se han descrito potenciales efectos dañinos.

Sin embargo, la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), la cual aprobó el aspartamo hace décadas, emitió el jueves una crítica de los hallazgos de la organización y reiteró su posición tradicional de que el endulzante es seguro.

Por mi parte, y creo que la mayoría de los profesionales de la dietética compartimos esta opinión, es que si no aportan nada bueno, ¿para qué consumirlos?, ¿para qué continuar malacostumbrando el paladar con sabores extremadamente dulces? Cabe recordar que los edulcorantes bajos en calorías son frecuentemente un componente de los alimentos altamente procesados y que su consumo habitual no hace otra cosa que alejarnos de llevar una dieta sana y equilibrada.

El aspartamo ha vuelto a entrar en el campo de batalla. Ya veremos cómo las empresas multinacionales se resistirán a nuevos estudios y a posibles vínculos con riesgos para la salud. Queda de nosotros los consumidores tomar las decisiones responsables.

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