Muchas veces en consulta me encuentro con personas que tienen una larga lista de alimentos que no comen. Se autodenominan “mañosos”, “místicos” y “piquis” y han dado por hecho que esos alimentos no pueden consumirlos.

Como bien he mencionado antes, no hay alimentos indispensables, sino nutrientes indispensables. Puedes vivir una vida plena y saludable sin jamás comer cebolla, pepino, alcachofas, quimbombó ni tomate. Ahora bien, ¿realmente los has probado? Los expertos en la materia de la palatabilidad recomiendan que antes de erradicar un alimento de tu dieta debes probarlo al menos unas 8 veces con diferentes métodos de cocción y combinaciones con otros alimentos. ¿Por qué? Porque los gustos son maleables y lo más efectivo para su desarrollo es la exposición continua. Acostumbrarse a nuevos sabores y texturas es un aprendizaje que se logra mediante la exposición a una gran variedad de alimentos.

Los gustos no están tallados en una piedra y no vienen determinados con la genética. El problema es que se nos han colado muchos productos cargados de sodio, grasa y azúcar, la tríada de ingredientes clave de los alimentos hiperpalatables y, naturalmente, nuestro umbral para el sabor se ha visto afectado. Si bien un chorrito de kétchup puede animar a los niños a probar platos que de otra forma no tocarían, comer cotidianamente tapando los sabores naturales de los alimentos no nos permitirá desarrollar el gusto. Esta “salsa de tomate" (elaborada a partir de concentrado) tiene ese característico sabor dulce gracias a que se le añade azúcar o jarabe de maíz alto en fructosa. Y, por ahí, seguimos buscando más azúcar para dar sabor a nuestros platos.  

Existe un trastorno alimentario de este tipo, la neofobia alimentaria, en el que se evita el consumo de ciertos alimentos y se tiene miedo a probar algo nuevo. Se considera un comportamiento habitual entre los 2-6 años, pero, si se prolonga, las consecuencias nutricionales pueden ser muy negativas. Una dieta pobre en la infancia es la antesala de una dieta pobre en la edad adulta. Y una dieta rica en alimentos azucarados es en gran medida la responsable de la neofobia. ¿Qué fue primero? ¿El huevo o la gallina?

Les cuento esto porque me parece pertinente que reflexionemos con relación a nuestras preferencias alimentarias. Como muchos de ustedes conocen, yo fui una niña con obesidad y recuerdo muy bien qué hábitos de mi niñez fueron los detonantes. Me crió mi maravillosa abuela y con su amor incondicional, me consintió en todo lo que quería. Tal vez pensaba que era la manera correcta de ayudarme a atravesar la separación de mis padres y otras cosas de la vida. El punto es que recuerdo ir de camino a la escuela comiendo aquellas donas Aymat y estar deseosa de que llegara el sábado para ir a mi fast food preferido a comer nuggets y a buscar mi cajita sorpresa. Cuento largo, corto, nada de eso contribuyó para bien en mi desarrollo del gusto. Lo fui desarrollando más adelante en la vida con una toma de consciencia que entre una cosa y otra me llevó a ser dietista. En los recientes años he diversificado mucho mi alimentación, y como buena golosa que soy, seguiré probando y probando. ¿Por qué no te animas tú?