“En todo lo bueno hay algo de malo”, dicen. Para el brécol, o, mejor dicho, para nosotros, lo malo son los peos y ventosidades que nos provoca. 😆

Los niños le llaman “el pequeño arbolito”, pero de pequeño no tiene nada. Es una joya nutricional.

El brécol y toda la familia de las crucíferas (col rizada, repollo, coliflor, coles de bruselas, repollo y col romanesco) contiene un grupo de sustancias llamadas glucosinolatos, que son componentes químicos con azufre. Estas sustancias son las responsables de su particular aroma. Protegen el hígado y la piel, combaten infecciones y poseen propiedades antirreumáticas. Nada es en vano.

Durante su preparación, al masticarlo y en la digestión, los glucosinolatos del brécol se descomponen y forman compuestos biológicos activos, tales como indoles, nitrilos, tiocianatos e isotiocianatos. El rol beneficioso de esas sustancias en la prevención del síndrome metabólico está bien demostrado. Y llevar una dieta rica en crucíferas está asociado con un menor riesgo de desarrollar diabetes. 🙌🏿

Además, es rico en vitamina C y ácido fólico, va bien a los que no comen gluten y gusta a los veganos. ¡Es bueno para todos! 😇

¿Algo de malo? Malo no, incómodo. Sobre todo para los que nos rodean, ya que nos pone a tirarnos peos. Pero esos peos son por una buena causa: su fibra dietética y fitonutrientes, incluidos los glucosinolatos, son metabolizados por nuestra microbiota.

Cuando comemos brécol, nuestras bacterias hacen una fiesta y, como a toda fiesta, siempre le acompaña su “desmadre”. 💨

¿Entonces? A comer arbolitos y celebrar la buena nutrición con alguna ventosidad saludable!