La edición 102 del Giro d’Italia este año terminaba en la ciudad de los amantes eternos, perfecta razón para conocer Verona. Ubicada en la región del Veneto, vecina de Bolzano y Trento con un sinnúmero de rutas alpinas espléndidas para pedalear, planificamos para gozar de un banquete de ciclismo.
El 31 de mayo a primera hora salimos Giorgio y yo de Barcelona hacia Bergamo-Orio al Serio, un bus, un tren y al mediodía en horario justo para comer llegamos a casa de su familia en San Bonifacio.
Luego de recientemente leerme la historia de los legendarios Bartali y Coppi y seguir con atención por tres semanas la ronda italiana con un’ amore infinito, me hacía muchísima ilusión presenciar en la Arena de Verona el final del evento y celebrar el triunfo del segundo latinoamericano en ganar la Corsa Rosa, el ecuatoriano Richard Carapaz. Fue muy emocionante entrar a la villa ciclista donde están todos los equipos con sus buses, fanáticos y donde en cualquier momento te puedes cruzar con algunos de los grandes. Y efectivamente se nos cruzaron los hermanos Nibali, entre otros que no pude reconocer y por fortuna el gran protagonista del día. De momento una esquina de la villa, el bus de Movistar, se convirtió en un espacio de baile y cantos al ritmo de música andina repleta de ecuatorianos compartiendo con orgullo su bandera y alegría. Estuvimos un par de horas bajo el látigo del sol en la Arena presenciando la emocionante llegada de los ciclistas por la alfombra rosada. Primoz! Nibali! Ciccone! Landa! Conti!
Al día siguiente comenzaba nuestro propio Giro y para esto nos trasladamos a Lazise, uno de los pueblos más pintorescos del Lago de Garda con sus grandes murallas y castillo. Fue en este pueblito con aire veneciano donde rentamos nuestras bicicletas Colnago en Los Locos Bike Shop.
El martes en la mañana salimos a hacer gran parte de la vuelta en el sentido del reloj al lago más grande de Italia. Fueron 105 kms atravesando las tres provincias que componen el Lago de Garda: Veneto, Lombardía y Trentino. Pudimos disfrutar parte del carril bici flotante construido a unos 50 metros sobre el agua el cual permitirá en un par de años recorrer todo el lago separados del tráfico de coches. Esa noche nos quedamos en Torbole, en el extremo septentrional del lago, donde disfrutamos una bonita cena contemplándolo, comiendo de sus pescados y deleitándonos un buen vino rosado de la región.
El segundo día de nuestro viaje en bicicleta fue en dirección a Bolzano. Con tan sólo un par de kilómetros en las piernas nos encontramos unas importantes rampas de >12% en las cuales nos avanzaron y saludaron unos atrevidos turistas alemanes en sus bicicletas eléctricas. Unos 120 kilómetros con 1,000 m de desnivel acumulado de los cuales la mayoría fueron por la estupenda ciclopista del Río Adige que lleva de Rovereto a Bolzano. Una parada en Trento para tomar café, ver la cuidad y una parada para comer frente al Lago Caldaro que terminó con un refrescante chapuzón. Llegar a Bolzano me pareció alucinante, con su evidente cruce entre los mundos germánicos e italianos donde los carteles se leen en ambos idiomas, es una ciudad que en su planificación urbana sin duda alguna tiene como protagonista al ciclista. Esa noche salimos a conocer la cuidad rodeada de grandes montañas paseando por sus pequeñas callejuelas con edificios decorados en color pastel y un sofisticado aire cosmopolita.
El último día de nuestra aventura dolomítica tenía como propósito hacer uno de los puertos que recién había hecho el Giro y regresar a Bolzano. Pero claro, en medio de una cadena de montañas nunca hay sólo un passo, así que ese día hicimos los passos San Pellegrino, Valles y Rolle. La carretera estaba un poco pesada, llena de moteros domingueros que se la estaban pasando bomba por los “tornanti”. El Passo Rolle fue nuestro favorito, así como advertido por unos simpáticos abuelos ciclistas que nos cruzamos en la ruta, es un puerto corto de pendientes moderadas (7 kms con una media de 6%) que se me hizo muy llevadero al estar entretenida leyendo los nombres de los “grandes” pintados en la carretera.
Llegamos a Bolzano temprano en la tarde, paseamos, comimos, brindamos y volvimos a comer. Me encantaron los canederli, plato típico del Alto Adige que parece ser un invento gastronómico para aprovechar las sobras de pan que se remojan con leche y se forman como albóndigas con huevos y parmesano cocidos en mantequilla. No tan sanas, pero yo me los comí de espinacas y zanahorias :)