Hay muchas formas de conocer un destino turístico y dependiendo de nuestro interés, y por supuesto de nuestras energías, recorrer en bicicleta es una forma maravillosa de viajar.

Desde hace más de dos décadas Sicilia estaba en mi mapamundi emocional a consecuencia de una hermosa amistad en Puerto Rico con la familia Maggio. Compartiendo mi adolescencia cerca de sicilianos, rodeada del amor familiar, de tertulias enriquecedoras y de la estupenda comida sobre la mesa, tenía en perspectiva que algún día conocería su Isla. Los años han pasado, me he apasionado por el ciclismo, por los viajes en bicicleta y me he encontrado con un maravilloso siciliano.

Este verano Giorgio, oriundo de Trapani, ciudad al oeste de Sicilia, me invitó a disfrutar sus vacaciones en casa: festejar varios matrimonios, visitar ruinas griegas, ir a la playa, y me prometió que comería el mejor gelato de mi vida. No hice más que aceptar la invitación, y con ello, proponer un viaje en bicicleta.

Para los italianos las vacaciones son LAS vacaciones, y tienen un ritmo al cual no estoy habituada: hacer pocos planes, descansar, estar en familia y disfrutar sin remordimientos de una gastronomía rica de la tierra y del mar. Estas vacaciones sicilianas no fueron muy diferentes, excepto por atravesar la Isla de oeste a este con las bicicletas, sumado al esfuerzo constante de poner en práctica mis recientes clases de italiano.

El primer sábado de agosto con la salida del sol estábamos listos para emprender nuestro viaje. Como parte de los sencillos preparativos modificamos nuestros cascos con una elegante y campestre protección solar, llenamos nuestros bolsos del sillín con la mínima ropa necesaria para los siguientes días en bicicleta, un atuendo para salir a cenar, variados panini y las herramientas básicas para mecánica ligera. Adicional a eso, no fue necesario preparar una pauta nutricional de sobrecarga de carbohidratos pues con la copiosa comida del matrimonio unos días antes: pasta, pescado, cannoli y granita nos encontramos más que abastecidos.

El plan del recorrido, sugerido por Giorgio, consistía en viajar por el centro de Sicilia, evitando carreteras principales, playas desbordadas de turistas y coches: la oportunidad perfecta para conocer a profundidad la Isla más grande del Mediterráneo. El propósito de nuestra aventura, además de poder ver lo más posible en poco tiempo, era llegar a Catania como destino final donde nos encontraríamos con amistades y la oportunidad de conocer el volcán Etna. Fueron en total tres días de ciclo-turismo con trescientos treinta kilómetros, justo como lo habíamos planificado. La única preocupación que teníamos era sufrir del grave calor árido que se siente en esta temporada. No obstante nuestra fecha coincidió con unos días lluviosos de verano, sabor agridulce al paladar, ya que el descanso de los casi cuarenta grados promedio trajo consigo unos nuevos retos para el camino.

El primer día, Trapani a Palazzo Adriano: 125 kilómetros con 2,200 m de desnivel acumulado. De no haber sido por el diluvio que nos encontramos hubiéramos terminado temprano para relajarnos y hacer algo de turismo. Sin embargo, a mitad de la ruta, pasado Poggioreale, el cielo ennegreció, tronó y nos detuvimos. Por suerte encontramos una casa rural abandonada donde nos resguardamos de la lluvia y contemplamos un espectáculo de relámpagos mientras comíamos nuestros panini de: tomates deshidratados y mozzarella;  salami de atún y rúcula; y de guineo con miel . Una hora y media más tarde, luego de llegar a considerar aquel espacio como un albergue para pasar la noche, el cielo se despejó y continuamos nuestro camino atravesando las áridas colinas de los municipios de Contessa Entellina y Chiusa Sclafani hasta llegar a Palazzo Adriano.  A la caída del sol, paralela a la de nuestras energías, subimos la última montaña y nos adentramos a la pequeña ciudad que ha sido el set de filmación de la película Cinema Paradiso. Bebiendo agua fresca de la fuente en la “Piazza è mia” y rodeados por la gente de una tranquila ciudad al margen del turismo dimos por terminada nuestra primera etapa del viaje. Fuimos al hospedaje, nos arreglamos y salimos a caminar por las calles empedradas buscando un restaurante para cenar. Ambos teníamos grandes antojos de pasta y el primer lugar que encontramos lo rechazamos pues solo servían pizza los fines de semana. Continuamos nuestro paseo preguntándole a los vecinos del pueblo por un restaurante para comer, y todos nos indicaron el único y mismo anterior de la pizza. Regresamos con mucho entusiasmo, ¡Claro que sí, queremos pizza, per favore!

El segundo día, Palazzo Adriano hasta donde la tormenta nos detuvo: Santa Caterina di Villarmosa; 91 kilómetros con 1,200 m de desnivel acumulado. El plan y la reserva para albergarnos era en la ciudad de Enna, pero ciertas complicaciones relacionadas al clima nos impidieron llegar y nos detuvimos en esta pequeña ciudad perteneciente a la provincia de Caltanisetta. Y en realidad no fue la lluvia la que nos detuvo sino la cantidad de fango que atrapé en mi bicicleta cruzando un charco, del cual Giorgio milagrosamente se salvó y por el cual perdimos más de una hora reparando el asunto.  A las dos de la tarde y con mi máquina preparada ya no era una alternativa retomar el recorrido pues nuevamente el cielo ennegreció, esta ocasión acompañado de intimidantes ráfagas de viento. Por suerte mirando en el celular encontramos un B&B en una de las ocho calles del pueblo y ahí terminamos nuestro segunda etapa. Descansamos, lavamos nuestro equipaje, hablamos con los hospitalarios dueños de la casa y pasada la tempestad salimos a engullirnos y a brindar con un amaro.

El tercer día, arriviamo a Catania! Fueron 120 kilómetros con 1,800 m de desnivel acumulado y una pequeña enorme ayuda. El día amaneció estupendo, el cielo azul, despejado y las energías del equipo recargadas. Comenzamos el recorrido con una buena subida a la ciudad ombligo de Sicilia, Enna. Y como sabemos, todo lo que sube tiene que bajar, así que después de este esfuerzo la ruta sobre ruedas prometía ser muy llevadera. No obstante, la tormenta de los dos días pasados había dejado su huella en las carreteras y nos encontramos con grandes lagunas de fango que habría que repensar, considerando mi mala suerte del día anterior. Estuvimos como media hora estudiando como cruzar aquello mientras algunos coches nos pasaban y miraban algo asombrados. Nos llegamos a ingeniar poner unas bolsas plásticas cubriendo nuestras zapatillas para cruzar andando con la bicicleta al hombro.  Por suerte antes de comenzar la movida, pasó un coche de ANAS (empresa gubernamental de autopistas italianas) que nos iluminó mejor el camino. El conductor se bajó y nos alertó que de ahí en adelante por los próximos 10 kilómetros el asunto empeoraría y que debíamos cambiar la ruta. Con la ilusión de llegar a tiempo para la tarde de piscina y barbacoa con amigos, no queríamos añadir kilómetros ni improvisar el camino y afortunadamente nuestros nuevos amigos nos montaron en la camioneta, nos adelantaron y nos dejaron salvos y limpios fuera de la zona de peligro. Bravissima ANAS!

De momento, no tengo claro cuando y donde el panorama cambió y la vegetación y el aire daban señales de que estábamos cerca del famoso gigante con nombre de mujer, Etna. Rodeados de muchos fico d’india como si fueran una escultura natural en el paisaje fuimos avanzando por una tierra fértil de viñas y huertos extendida a los largo de las laderas de montañas que rodean el majestuoso volcán.  Ya casi cerca de nuestro destino, el caos de la ciudad tomaba forma en la carretera y tomamos una breve pausa en Belpasso donde me comí la mejor granita de mi vida: de almendras y melocotón. A las cuatro de la tarde llegamos a nuestro hospedaje donde nos dimos un refrescante chapuzón en la piscina, recibimos amistades y preparamos una barbacoa flexitariana.

El viaje en bicicleta terminó ahí, es decir aquel con el equipaje en el sillín que además de duplicar el esfuerzo en las subidas te otorga la libertad de albergarte donde quieras o donde más te convenga. Sin embargo me gustaría añadir algunos datos más de la aventura.

El día siguiente partimos del Rifugio Citelli con un guía y cuatro amigos para un recorrido trekking hasta el Valle del Bove en el volcán más activo del mundo. Fue alucinante andar por flujos de lava petrificada, apreciando la majestuosidad de este volcán vivo y la impresionante adaptabilidad del ser humano que logra sacar provecho de un entorno tan destructivo cultivando las fértiles tierras volcánicas. Y más alucinante fue luego disfrutar degustando la amplia variedad de vinos de una bodega local con la cual cerramos de la mejor manera la excursión.

El ciclismo es un deporte adictivo que te invita a querer más y a creer que puedes más. Después de un relajado pasadía por la ciudad barroca de Noto y la ciudad griega de Siracusa, el día siguiente nos citamos con varios amigos en Trescastagni para pedalear alrededor del Etna.  Aquel que la mitología griega situaba en su interior las fraguas del dios del fuego y la metalurgia, Hefesto, fue el constante protagonista de nuestro panorama mientras atravesamos los municipios de: Biancavilla, Adrano, Bronte, Linguaglossa, Milo y Zafferana Etnea. Un total de 115 kilómetros con 1,974 m de desnivel acumulado, una breve parada para recargar energías con la famosa granita de pistacchio de Bronte y un amigo catanés poco entrenado que prometió no hablarme más hasta que nos volviéramos a ver en Barcelona.

Sicilia, de paisajes muy variados a las cuales las fotos no dan crédito: grandes montañas, colinas áridas, bosques y mesetas casi desérticas, de gastronomía que merece un libro para ella sola, de diversidad cultural, isla del barroco, de los templos griegos, espero conocerte aún mucho más.

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta

Siciliando en bicicleta