Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

Cuba, mi isla vecina, la isla más grande del Caribe y donde nació mi padre. Hace tiempo planificando visitarla, sin éxito, y ahora radicada tan lejos, extrañando mi cálido mar, no había aventura que superara escapar del frio de Barcelona e ir a pedalear y festejar la Navidad.

Viviendo en Puerto Rico se toma por hecho que uno puede nacer y vivir en un paraíso, y ese eterno verano no lo había apreciado tanto hasta este viaje a Cuba.  Claro, esto no se limita a un tema climático si no también al calor de su gente, la alegría y espontaneidad tan contagiable. Un pueblo amistoso, curioso, astuto que no pierde un minuto, ¡cuán identificada!

Como si estuviera dentro en un museo del coche en vivo y a todo color, recorrí en mi bicicleta muchas carreteras urbanas y rurales de Cuba. Había visto numerosas imágenes de la ciudad que parecieran una estampa vintage, ya que automovilísticamente hablando están más de medio siglo atrás, pero no tenia idea de su magnitud visual, simplemente impresionante. Un viaje rico de experiencias, encuentros, risas y en donde tuve la oportunidad de conocer familia, mi familia cubana.

Fueron 14 días de pedal, comer frijoles, degustar ron, bailar salsa, beber agua de coco, comer más frijoles y sumarle 900 kilómetros a un gran año.

“Asere que bolá”, una de las frases más populares de los cubanos fuera y dentro de la Isla. También es parte de muchos temas musicales y según su entonación al pronunciarla y el espacio en que se incorpore determina su significado. ¡Qué bolá de aventura! La Habana, Mariel, Cabañas, Matanzas, Las Terrazas y Viñales fueron algunos de las provincias y municipios explorados en mi bicicleta.

De todas estas rutas, llevo para siempre en mi memoria la del Valle de Viñales. El día de Navidad, el 25, Irvine y yo estábamos a las 6:40 de la mañana en El Vedado esperando un amigo que nos adelantaría a Soroa para evitar tantos kilómetros en la carretera de 8 vías y así disponer tiempo para conocer y recrearnos en Las Terrazas antes de llegar a Viñales. Sin embargo el plan se desvaneció cuando a las 7:30 luego de varios cafés nos percatamos que no había pon y tendríamos que pedalear bastante.

Sin pensarlo dos veces, preparamos los bolsos de viajar en bici con lo mínimo necesario y un poco menos y partimos a la travesía.  El clima estaba estupendo, se respiraba ese típico ambiente festivo de la Navidad, acompañados de un excelente repertorio musical salsero que mi compañero de aventura preparó.

Durante el recorrido nos encontramos varios ciclistas en ruta a sus respectivas fiestas familiares. Unas buenas chácharas alejadas de cualquier eufemismo, grandes historias que vale la pena escuchar mientras nos paseamos entre majestuosas palmas reales.

Con el tiempo justo, visitamos Las Terrazas, un exitoso experimento de reforestación y desarrollo sostenible.  Esta comunidad en la parte occidental de Cuba es fruto del proyecto de la Unesco para las reservas de la biósfera iniciado en 1971 con el objetivo de vincular a las comunidades rurales con su entorno.

Fue una gran jornada de pedaleo, donde la temperatura iba aumentando de modo sostenido y la carretera dejó de dar señales de vida donde poder rellenar los bidones. Sin agua, con ansias y calor, en el kilómetro 90 nos encontramos un puesto donde nos bebimos el mejor jugo de pera en la vida.

Es conocido que Viñales y sus alrededores son el paraíso de los amantes de la fotografía y en un segundo entendí por qué; la luz, los contrastes y sombras junto al paisaje exuberante lo convierten en un lugar idílico. Este Valle situado en la provincia de Pinar del Río está rodeado de unas montañas, conocidas como mogotes, unas colinas de tierra caliza que adoptan formas redondas muy particulares cubiertas de vegetación.

El Valle de Viñales forma parte del Patrimonio de la Humanidad desde el año 1999 por ser un paisaje kárstico impresionante y conservar métodos de agricultura tradicionales sin mayores cambios.  Es una tierra muy fértil en la que se cultiva principalmente tabaco, al estilo tradicional. Y con el objetivo de conocer estas plantaciones, el martes en la mañana luego de haber completado el día previo 203 kilómetros para llegar a ese paraíso salimos a descubrir los campos de cosecha y respirar el aire cotidiano de los vecinos de este pintoresco pueblo. Para mi suerte, Irvine tenia un conocido de viajes anteriores, un amable güajiro quien nos recibió en su casa de secado de tabaco.  Ángel, procedente de una familia de moros, de quienes heredó esta tradición,  nos explicó al detalle todo el proceso de la cosecha de los famosos puros cubanos, y por supuesto que nos vendió para un par de años.

Saliendo de Viñales, llegamos a la Palma en Pinar del Rio una región fundamentalmente tabacalera donde además se cultiva en menor proporción el café y la caña de azúcar. Luego de recorrer ciertos estrechos caminos no tan acondicionadas para mi bicicleta de carretera, regresamos a Viñales para comer y recoger. Como de costumbre en mis días de cubaneo, el arroz moro, fue parte de la dieta, acompañado de una ensalada de mariscos y un refrescante jugo de piña.

Con este recorrido di por completados mis kilómetros en esta hermosa Isla, mi bicicleta sufrió algunos percances mecánicos lo que me permitió al día siguiente relajarme en la playa de Santa María, darme un buen chapuzón y disfrutar un buen Coco loco a lo cubano.

“La Vives, La Amas” así como se comercializa turísticamente la experimenté. Mi primer viaje a Cuba; de gran aprendizaje cultural, social y de establecer lazos familiares, espero que sea uno de muchos.

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

 

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

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Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

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Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

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Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

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Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

  

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Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!

 

Pedaleando en Cuba, ¡qué bolá!