Yo puedo estar sin comer chocolate días, semanas y quizás meses. Sin embargo, cuando tengo mi chocolate oscuro en casa, rara vez me dura más de una semana. 

Y debo aclarar que comer chocolate oscuro no lo considero un delito nutricional ni mucho menos, no obstante, lo que considero poco saludable es tener una dependencia emocional con los alimentos u otras sustancias. Un día descubrí que cuando terminaba de cenar, antes de recoger los platos ya estaba pensando en buscar en la cocina mi barra de chocolate. Como si fuese un premio muy merecido, tomaba un trozo y me lo engullía sin pausa, sabiendo que luego me comería otro pedazo. ¿Pero acaso esto era necesario todas las noches, incluso en aquellas que me sentía más que satisfecha?

Así que decidí no comprarlo por unas semanas y observar cómo funcionaba en mi mente este antojo.  Los primeros días me sentía incompleta como cuando la nevera está a medias, como si la compra no estuviera completa. El antojo del chocolate fue perdiendo fuerza gradualmente, hasta que a las dos semanas desapareció. Ahora termino de cenar y en lugar de pensar compulsivamente en este premio, he optado en ocasiones por cerrar mi cena comiendo una fruta. No descarto que vuelva a comprar el chocolate pero antes quería ponerme a prueba y confirmar que mi vida seria igual de satisfactoria sin el, que no necesito comerme un chocolate para estar bien y que puedo también disfrutar de una fruta.

Este tipo de solución está apoyada por muchas investigaciones. El ambiente tiene una poderosa habilidad para moldear nuestro comportamiento. Comer no sólo es un evento físico, sino también uno emocional. La mente determina lo que quiere comer basándose en lo que está a la vista.  Esta práctica de que ojos que no ven, mente que no siente, es un acondicionamiento y funciona para cualquier otro tema de la vida.