Por Camile Roldán Soto

Tomamos unas 250 decisiones relacionadas a la comida diariamente. ¿Me como esa galleta?, ¿ensalada o sándwich de pastrami?, ¿qué tal otra cucharada de arroz o un poco más de vino? La respuesta a estas preguntas- que tantas veces respondemos de forma impulsiva- define nuestros hábitos alimentarios sin que nos demos cuenta. 

También ayudan a explicar porqué nos sentimos tan cansados a las 2:00 p.m. o porqué a pesar de estar a dieta o hacer ejercicios no rebajamos esas 10 libras demás. 

El doctor Brian Wansink, autor de Mindless Eating, plantea que es posible tomar control de esas decisiones cotidianas. Pero a diferencia de otros libros sobre nutrición o dietas, que se enfocan en las prohibiciones, lo que Wansink propone es observar críticamente nuestros hábitos para luego establecer por cuenta propia cambios en el medio ambiente que redunden en mejores decisiones a la hora de comer.

La meta es que al controlar esos factores y hacerlos parte del estilo de vida, decidir a favor de una buena alimentación sea -al menos la mayoría de las veces- una respuesta automática en lugar de una tortura constante. 

Para ayudar a las personas en este proceso, Wansink se ha enfocado en llevar a cabo estudios que identifican los factores que nos llevan a consumir más de la cuenta, que poco tienen que ver con hambre. Algunos se explican al observar como nos influencia algo tan sencillo como el tamaño del vaso o plato en el cual nos servimos. 

Por ejemplo, el también director del Food and Brand Lab de la Universidad de Cornell, encontró en una de sus investigaciones que las personas comen 31% más helado cuando se les ofrece una cucharada más grande. Asimismo, en otro estudio, Wansink utilizó platos de sopa cuyo contenido se rellenaba constantemente gracias a un mecanismo que el comensal no podía ver. Encontró que estas personas consumieron 73% más que aquellas que comieron de un plato con una porción finita. Lo más interesante es que quienes comieron más sopa no pensaron que habían consumido tanto ni se sentían más satisfechos que el grupo al cual fueron comparados. 

Estudios de este tipo le llevaron a concluir que somos fácilmente engañados no solamente por el juego visual (vaso grande o vaso pequeño) de las proporciones sino también por los factores sociales que rodean el rito de comer. Así las cosas, no es lo mismo comer bocadillos viendo un juego de baloncesto con amigos o durante una fiesta, que solos en nuestra sala. Hay una serie de claves visuales, ambientales y sociales que nos influencian sin que nos demos cuenta. 

Los hallazgos de Wansink han sido ampliamente discutidos y han repercutido en decisiones importantes que han marcado tendencias en el mercado de los alimentos y las cadenas de restaurantes, así como las políticas públicas en torno a la alimentación en Estados Unidos. Los paquetitos de snacks de 100 calorías son un ejemplo. 

Pero además, esta manera de acercarse a nuestra relación con la comida es importante para el trabajo de los nutricionistas, plantea Carla De la Torre. En su práctica, la nutricionista utiliza estos conceptos para asistir a sus clientes a llevar a cabo modificaciones en su diario vivir que conduzcan a una mejor alimentación. 

“Creo que ya está un poco trillado el tema de las porciones. La gente sabe lo que tiene que hacer, pero subestima mucho su ingesta de alimentos y no están realmente conscientes de qué y cuánto comen”, explica. 

Para la nutricionista y fisióloga del ejercicios, las aportaciones de Wansink refuerzan la necesidad de comer de forma más consciente. ¿Cómo lograrlo? Cambiando a envases más pequeños el contenido de grandes cajas de alimento, sirviendo más cantidad de vegetales y menos del plato principal, ingiriendo desde vasos más delgados y platos más chicos, así como evitando tener en casa muchos alimentos tentadores pero poco nutritivos.

A sus clientes, De la Torre los invita a ser más críticos respecto a su noción de lo que es estar habriento y sentirse satisfecho. Según Wansink, nuestro estómago experimenta tres sensaciones principales: eso que llamamos estar “muertos” de hambre, sensación de estar explotando o sensación de que podríamos comer más.

“Lo ideal es educarnos a sentirnos satisfechos en lugar de súper llenos, puntualiza la nutricionista.


septiembre 22 2013, El Nuevo Día